jueves, 8 de septiembre de 2016

Antonio


Mi mamá arregló el botón de mi uniforme, creí que se notaría pero ella tiene (tenía esa magia). Llegué y me senté en el mismo lugar que me acompañó por casi tres años, eso es mucho si se habla de una escuela. Pues entraste y la profesora te presentó, dijiste tu nombre entre un murmullo y un tartamudeo, Antonio. Te asignaron el pupitre de al lado de la ventana. Desde atrás, sólo pude ver tus orejas rojas.
Al sonar la campana que gritaba el recreo entre tus tan-tan,  todos nos pusimos de pie para salir presurosos a comer y a jugar, te quedaste sentado como quien no sabe la cosa. Al repetirse el sonido que marcaba el fin del único momento feliz de la jornada, los gritos fueron acallados de tajo, como el hacha que corta troncos.
Entre las tablas de multiplicar de siempre, un poco de álgebra, los factores comunes fueron los de anotar en papelitos, ¿por qué hay un chico nuevo en el salón? Las hipótesis fueron desde lo absurdo hasta lo risible. Papás diplomáticos fue la que menos casó porque tu apellido no tenía tildes o letras especiales, así que la descartamos desde su propia escritura. Que tus papás tenían negocios especiales con las drogas fue la que ganó por mayoría. Disparos, hechos violentos, frases como “dormir con los peces” era de nuestras preferidas.
Antonio, casi no participabas en clase, sabías que al hacerlo te arrojaríamos papeles o demás cosas o que simplemente te aislaríamos, más aún.
Sentarte derecho, no poner los pies en el escritorio del de adelante, no dormir en clase, no comer en clase; esa maraña de reglas que nos recuerda que no estamos en nuestras casas, que en la escuela se debe aprender, se debe sufrir para que las lecciones, que en un futuro nos van a servir, nunca se nos olviden.
Pasados los días, Antonio se unió a nuestro grupo, hizo algo para merecerlo. La profesora Hilda era quien daba la clase de Literatura, nos hablaba de libros, de países, de corrientes, de estilos. Pues uno de tantos días, en donde por una u otra actividad, había que participar en una mañana cultural, declamaciones era la acción predilecta. Antonio muy entusiasmado levantó la mano, todos nos sorprendimos porque alguien al fin pedía participar cuando en otras ocasiones era casi elegido por el índice señalador de la profesora. Además, fue sorpresivo que Antonio se moviera de su asiento.
El día se acercaba a pasos agigantados y Antonio se preparaba, ponía atención a las indicaciones de la profesora Hilda; pon las manos así, mueve así la cabeza, haz esta pausa.
Cuando el día esperado por fin llegó los nervios no se hicieron esperar, corrían profesoras por todos lados, el disco del himno estaba siendo probado por última vez. Inició el acto con lo normal en un acto protocolario; el himno, la jura a la bandera, y alguna que otra cosa. Procuraba no pensar en ello y mientras veía las caras de los que al frente pasaban por ser abanderados, les hacía gestos y muecas con tal de distraerlos, por lo menos una que otra risa, con eso era feliz.
Cuando fue el turno de Antonio, la profesora encargada contuvo la respiración, era la primera vez que todos veríamos el acto de este chico nuevo, enjuto y arremangado, con los labios resecos y el pelo de lado con apariencia de mojado. El poema empezó como cualquier otro, empezó declamando desde el pasillo del medio, sus manos sobre su cabeza y la entonación de su voz fue la correcta. Los ojos se le pusieron como blancos cuando dentro de la rima incluyó un “comemierda” y “furcia” y las risas de todos nosotros no se hicieron esperar. Con “gracias Velorio” terminó el espectáculo y su oreja colorada por el pellizco que la profesora le propinó fue la mejor imagen que tengo de esa época.
Antonio, fuiste nuestro héroe, te suspendieron 4 días y tuviste que regresar con tu madre, muy seria y guapa por cierto, pero serena como las tardes de octubre. Entró a la dirección, ella era una madre new age y no creía en los castigos pero sabía que eso le daría paz a la profesora y al director, por lo tanto dejó que cumplieras condena.

Ya pasados los años aún me pregunto cómo fue que se atrevió a hacer tal cosa, algo que muchos hacíamos pero sólo en nuestra imaginación, cuando soñábamos que nos elegían para pasar a declamar y no decíamos que no y quizá hasta nos sintiéramos unos grandes poetas por poder cambiar el ritmo y lírica de los poemas de Neruda, De La Cruz y de Batres Montúfar.

Después de ayer


Ahora sé que sí la amaba, pasados los años puedo decir que sí la amé. Claro, como todo en la vida, hubo momentos buenos y otros quizás no tan buenos, pero eso es lo normal, ¿no es así?, total, amor pueden ser 5 minutos o 5 años.
Cuando nos conocimos, ella lucía radiante, tenía un pantalón gris, una blusa que hacía resaltar su figura, bendita figura divina. Sí, hubo alcohol, era una fiesta en la casa de una amiga, hace mucho tiempo que no nos veíamos. Me llamó incluso para hacerme saber que ella iría. No elegí mi mejor ropa, es que toda la que tengo es casi igual. Conduje hasta el lugar indicado, di tres vueltas a la manzana, estaba en medio de los nervios y de la cobardía.
-Hola, tanto tiempo sin vernos.- Una frase que tiene el efecto de ser parte aguas pero es incierto el lado en el que te deja. Por un lado puede salir una sonrisa pero por otro puede salir un reclamo. Igual, lo usé en esa ocasión.
Bebimos, usamos la botella de vodka que llevaba, las risas iban subiendo y la música movía nuestros pies. Encendí un cigarro y me aleje, la vista desde la ventana era asombrosa. Una noche llena de niebla y unos faroles encendidos a los lejos le daban un aspecto lúgubre a la fiesta, hasta olvidé que estaba en una fiesta.
¿Tienes fuego?-Claro, te dije que mientras sacaba el encendedor y hacía salir la llama después del áspero sonido de la piedra rasguñando el metal. La llama lamió tu cigarro y nos quedamos sin cruzar palabras. Tu cuerpo se acercó al mío, sentí tu brazo desnudo buscar calor entre la manga de mi suéter.
Dentro se escuchó que sonó una de mis canciones favoritas, al ver que nuestro tabaco se había acabado jalé tu cintura, te acerque más a mi cuerpo aún. Seguiste mi ritmo y ni hubo objeción alguna, tus caderas eran suculentas, comprobé cuanto te gustaba bailar.
Las copas surtieron efecto, y me atreví. Di ese paso, el tan esperado por todos, mis voces internas y yo. Fue uno de los peores besos de mi vida, reseco quizá por el tabaco, sin ritmo quizá por el alcohol, desabrido por quién sabrá qué. Aun así fue largo, creo que me gusta sufrir.
Terminó la noche y la terminé en el sofá, obviamente sin compañía, la borrachera fue mi amiga y mi aliada, me acompañó toda la velada. Al despertar ya no estabas pero me dejaste una nota escrita entre garabatos y manchas. “llámame” seguido de tu número de teléfono. Arrugué el papel y lo dejé en donde lo encontré, encontré mis llaves y caminé hacia el auto. Al llegar a una de las avenidas anchas de la ciudad detuve al auto y me bajé, necesitaba aclarar lo que había pasado, no me gustaba quedarme con ideas dando vueltas en mi cabeza. Alcohol, tabaco, baile, beso. Era la fórmula de siempre pero esta vez falló, fallé, fallamos. No, no fallamos, nunca llegamos a ser un nosotros. Así no. Sí, te pregunté tu nombre, me mostré como alguien con modales pero con mundo recorrido. Vi que sonreías conmigo. Algo no salió como debía pero no sé lo que fue. Si tan solo pudiera saber el error.
Noche dos de prueba, debo encontrar la solución. Fiesta, me presento, tomo la bebida, voy al balcón y veo hacia la calle. Digo algo acerca de la niebla y sales, me pides fuego y viene la canción, bailamos y cuando me acerco a dar el beso, siento tus labios y están muy húmedos, tienes la boca muy abierta y es el segundo beso más incómodo que he sentido.
Debo irme, esto no está bien. ¿Y si yo soy el problema? Debo alejarme de mí un momento, no puedo seguir conmigo.

Tercera noche pasadas varias semanas de aislamiento. Llego al bar, salgo a fumar al balcón, me piden fuego y lo doy sin dudar. Veo unos ojos encantadores pero no me acerco a besarla, seguimos en el mismo lugar y le pregunto su nombre. Me presento y hablamos de lo poco que nos conocemos a nosotros mismos, de cómo la suerte interfiere en nuestras vidas y de las sorpresas que hay cuando se cambia el modus operandi. Al terminar la noche nos despedimos y recibo de ella un beso en la mejilla, siendo ahora el mejor momento de mi vida.

Los perros


Son cinco, han sido más o menos, depende de las edades, pero hoy son cinco. El macho alfa tiene el típico comportamiento, esa actitud acre y mirada de soslayo que el haber vivido en la calle le ha servido para hoy enseñarles a los demás miembros del clan cómo se forjan los perros en la vida.
Las cicatrices en su cara dan un poco de miedo, alambre de púas y garras. Le falta un mechón de pelo y a pesar de su color dorado, hay una nube ceniza sobre su lomo. La pata trasera derecha tiene la mayor cantidad de daño evidente, cuando duerme se escucha que se queja. Quisiera abrazarlo pero sus ojos me hacen abstenerme.
Hijo pródigo es su nombre, se fue por una temporada, cuando otro fue el macho alfa. Como reloj suizo, regresó cuando el clan necesitaba de un nuevo líder, alguien experimentado. Ya no pudo ver a su madre, ella había fallecido unos meses antes.
Es último en dormir, tiene un oído sorprendente. El primero en recibir el sol pero se queda en su puesto. Sabe que Braulio ya hizo un recorrido en donde se aseguró que no hay amenazas cerca.
Con un dulce aullido da las últimas instrucciones indicando que la jornada diurna ha terminado, a su rededor se duermen los demás, tranquilos, saben que no hay problema aparente.
Hasta yo me siento tranquilo cuando escucho sus cantos nocturnos. Hay noches, en donde algo o alguien inquietan el sueño de los vigías. Un ladrido fuerte da la señal y sin dudarlo muestran colmillos y los gruñidos no se hacen esperar. Cuando el canto de guerra lleva más de veinte minutos me preocupo un poco, hay un silencio diferente y luego de un minuto o dos, empiezan de nuevo, tomo la linterna, ya mi respiración está muy agitada como para preocuparme por ponerme un suéter. Me aproximo a la puerta, escucho mis propios pasos, la linterna se come a la oscuridad con apetito feroz. Veo al resto del clan reunido alrededor de algo, me acerco y no puedo creerlo, no quiero creerlo, Hijo pródigo parece estar dormido pero un líquido rojo oscuro sale de su hocico, no puedo evitar ver y sentir sus ojos, esos ojos que hace unas horas estaban llenos de vida.
Suena el despertador a las seis de la mañana, el sol no se atreve a mostrarse del todo y las hojas tiemblan con el viento frío. Hay un saco con un cadáver dentro. Un amigo se fue sin despedirse y llevándose el secreto de su muerte. No me explico el golpe que tiene en la cabeza. 
Preparo café, me ayuda a pensar. Busco en la guía telefónica algún lugar en donde pueda ir a dejar a, ni siquiera pudo decirlo, a Hijo pródigo. Es increíble lo rápido que actúa el rigor mortis.
Conducir con un cuerpo ya sin vida, semáforos sin sentido, bocinas a todo esplendor y yo queriendo detener las imágenes en mi cabeza. Tomo la salida hacia la carretera interamericana y aprovecho para acelerar, pensando que quizá me aleje un poco de lo que llevo en el baúl, misión estúpida desde su concepción.
De regreso a casa veo al resto del clan, me ven llegar y mueven sus colas y bajan sus orejas, saben lo que sucedió, saben que él ya no volverá.
Llega la noche y el aullido ausente rompe mis oídos. Salgo al jardín, sin lámpara esta vez. Siento la grama suave entre mis pies, escucho unos pasos justo delante de mí, gotas pequeñas de sudor frio cubren mi frente. Esos pasos se detienen, se escucha que alguien busca algo, veo el resplandor de un objeto metálico y cuando está sobre su cabeza, me dejo ir, algo de mi interior me obliga a saltar encima del desconocido. Mis brazos están aprisionando su cuello, no lo dejaré escapar. En medio de la oscuridad sólo puedo sentir que deja de moverse, no hubo mucha resistencia.

Al soltarlo el cuerpo cae al suelo, voy dentro de la casa para traer la linterna. El desconocido ya no está, hay señales de lucha pero no hay cuerpo. Voy al baño, siento que debo limpiarme. Me veo en el espejo y hay marcas en mi cuello, como si alguien hubiera querido asfixiarme.

En el parque


A eso de las seis de la tarde el viento cambia, de un cálido otoñal a un frío muy de octubre. Las luces de los faroles se encienden automáticamente alumbrando los árboles, las flores.
Enciendo el primer cigarrillo –de la tarde- me gusta hacerlo lento, girando mi cabeza a la izquierda y sintiendo esa primer bocanada. Es un alivio.
Al otro lado del parque veo una pareja, se besan tranquilas, sin que nada más les importe. Las veo cada tarde, les puse nombres porque detesto lo desconocido. Ana sostiene la cabeza de Sofía, le acaricia el cabello, sus dedos se pierden. Sofía gira su cabeza, baja sus manos a las caderas de Ana. Es un beso largo, las personas pasan a su lado y no parece importarles. A nadie.
Aumento el volumen a mis audífonos e imagino sus conversaciones, las palabras que se han de decir al despertar, cuando se despiden en la noche. La manera de llevar sus discusiones.
Paso mucho tiempo en ese tiempo que no es mío, sintiéndome ser esas personas, emocionándome por los éxitos que creo les suceden. Conociendo a gente nueva que no me atrevo a hablarles ni en un millón de años, me quedo detrás de un vidrio que yo misma puse y sé que existe y no pienso quitarlo, es mi protección.
Ana luego le besa el cuello, la frente, las orejas. Sofía entiende el cambio en el tipo de besos, la conoce muy bien, es un cuerpo que se deja llevar, siento la humedad de sus cuerpos, a pesar el frío de octubre. Siento las respiraciones, lo que aún sin palabras se dicen.
Una hoja rojiza cae sobre sus cabezas, la ignoran como han ignorado a cada una de las miradas que los desconocidos les dan.
Me quedo viéndolas de reojo, desearía poder seguirlas y comprobar que lo que pienso de ellas es real, aunque quizás sí lo sea, total, la realidad es lo que yo quiero que sea.

Todo ocurre en medio de un octubre nuevo y viejo a la vez, sé bien que el frío se colará por mis huesos y me recordará aquel otro invierno que viví, pero así mismo me hará suspirar por la sorpresa que el mismo clima me da. Me mueve el cabello y enreda mi bufanda, me hace guardar mis manos en el abrigo y sentir las llaves y el encendedor que siempre llevo conmigo. Porque necesito ese amuleto que me recuerde que estoy parada en medio del parque con mi vidrio protector.

Con su puño y letra

Suena la alarma a las 6am, la misma que es apagada como de costumbre y empieza el día. Coloca el café en la cafetera, 2 tazas exactas, ni más ni menos.
Se sienta a leer el periódico, cada una de las columnas es leída con la religiosidad de un monje.

Pedro camina por la acera, como todos los días. Toma el autobús para el parque, se sienta en una de las bancas desocupadas, lleva unos mendrugos de hace unos días. Las palomas se arremolinan cerca de las viandas.

Cerca del parque está una de tantas librerías, entre a paso lento, tiene ya en mente el libro que desea pero se entretiene con las propuestas del encargado de la tienda. Ciencia ficción, novela negra, relato fantástico; temas que hoy no le interesan realmente. Enfoca su atención, de lleno, a la estantería del fondo, la que tiene un poco de polvo. Se acerca y lo revisa de pies a cabeza. Allí está, todo este tiempo dándolo por perdido, pero allí está.

Regresa a casa presuroso, las calles se le hicieron eternas, prefirió caminar al ver que la espera del autobús sería una misión fallida. Sube las gradas de dos en dos, a pesar de que su rodilla izquierda le recuerda constantemente que él ya no puede ni debe hacer este tipo de esfuerzos.

Saca el libro de la bolsa de papel, se sienta en la terraza, no se siente listo para abrirlo. Respira, piensa, se acomoda, cruza la pierna, la extiende. -Bueno, es ahora, todo este tiempo y ahora es cuando debo hacerlo-se lo dice como convenciéndose de que lo que hace está bien.

Al dar vuelta a la primera página, distingue claramente el trazo hecho con estilográfica. La dedicatoria versa así. "Cuando me leas, te leerás. Cuando respires, yo respiraré contigo. Soy contigo uno solo porque somos el mismo. Sí, encontré, bueno, encontramos la máquina, lo haremos en 1984."
Al final de la página la fecha indica que es 1975.

sábado, 26 de marzo de 2016

AGUA Y CIELO



Las posibilidades son infinitas. Jueves y suena la alarma, las bocinas de los autos anuncian el movimiento que hay afuera. Renacer y sus consecuentes dolores de parto son innegables. Busco el reloj de pulsera para ver la hora, sin importar el número que allí se muestra, es rutina buscarlo. Las sábanas son pesadas, quizá por soportar los sueños de la noche anterior.

Café listo para ser bebido. El sonido del molino bailando con los granos, que se alejan y se acercan a un ritmo único. Agua a no más de 100°C para mantener la perfección de este néctar oscuro.

Salir al jardín y en medio de los árboles buscar paz, suena a una misión casi imposible en medio de la ciudad. Es cuando se hace acopio de los recuerdos de los viajes, recordar las carreteras alineadas con bosques de vida, de movimiento estable. Recuerdo un viaje no tan lejano, el destino se titulaba “agua y cielo”. Luego de acomodar las maletas en el baúl, la aventura se avecina.

Mapa e indicaciones, suficiente para partir. El tabaco a mano porque la respiración profunda ayuda a meditar, en cualquier circunstancia. Conforme avanzan los kilómetros recorridos, los autos desaparecen. Hay una soledad palpable y única. Aumento la velocidad y me dejo fluir con el asfalto. Somos una sola cosa en el infinito. El destino aparece con un desvío, viro a la derecha y me adentro en un nuevo paisaje. Las llantas son golpeadas por las piedras que ahora forman el camino. Agujeros y raíces, buen preludio.

Buenos días, me saluda cordial el guardián, señalándome el área de acampar. Desempaco y armo el refugio, mi nuevo hogar. Una bocanada de aire puro y ya me siento diferente. La caminata en los senderos no se hace esperar y los ruidos de vehículos no existen en esta tierra de nadie. Acá no hay miedos, no hay temores.

Encuentro el primer riachuelo y mis ojos se han iluminado. Las gotas de sudor dejan de importar y descalzándome, entro en el agua, o el agua me permite entrar. Reacciono con lo frío, pero me sumerjo. Mis ojos no pueden creer la transparencia del riachuelo, ver las piedras al fondo y a las hojas siendo llevadas por una leve corriente.

Me quedo quieta, cierro los ojos y me pierdo. Hay nuevos sonidos, dulces y fuertes. Siento que vuelo y atravieso pantanos y desiertos. Alzo rocas sobre mi cabeza y ando sobre las copas de los árboles. He perdido dimensiones de mi propio ser y me siento liviana pero no débil. Hay música y puedo tocar cada nota, cada escala. Sonidos de viento, de agua, de inmensidad, de eternidad, de ocaso, de vida, de amor, de odio, de dolor. Mis manos tiemblan, un rayo ha atravesado mi espalda y esta se arquea, se tensan mis pies y manos. Una alerta se ha disparado pero sigue su camino, no se queda conmigo, fluye como una nube en el cielo. Abro los ojos y regreso a esta dimensión, creo.

Sigo el camino y llego a una catarata, el viento que provoca es tan fuerte que las hojas no pueden quedarse quietas. Este es un sonido sólido. Los remolinos y la espuma hipnotizan. Da temor y abrigo a la vez, es como un golpe perpetuo que te mantiene anclado a la tierra. El sol ya no puede entrar por la espesura de los árboles. Es momento de volver.

El fuego es vida que renace, es el paso entre la limpieza del espíritu y la separación del ser. Es este el fuego con el que también enciendo mi tabaco, disfrutado plenamente sentada en la grama, con el agua y su paso cadenciado. Los grillos han aparecido y un primer aullido anuncia la noche. Las estrellas se ven más cercanas, nunca las había visto tan grandes, tan mías, tan de nadie. Entro a la carpa y dejo que el sueño me abrigue. Todo lo vivido hoy se presenta lejano. El pasado se ha quedado en otra dimensión y no hay peso qué andar acarrando.

Despierto con energías renovadas, me dirijo a un río, el más grande la región. Es casi imposible ver el inicio, unas rocas lo atraviesan y son sencillas de caminar. Me aventuro y siento el agua ahora tibia en mis pies, me empuja suavemente la corriente pero no caigo. El agua me invita, de nuevo, y al llegar a una parte un poco más honda, me sumerjo. Allí dentro empiezo a escuchar voces, aun no comprendo si son voces del pensamiento del río o si son voces de mi ser. Ahora son voces de hombre, al caer la noche las voces son de niños. Al inicio hay miedo pero pronto encuentro la paz, paz en medio del murmullo de esas voces que nunca repiten palabra alguna.


Es inevitable tener que regresar, estos viajes funcionan si se quedan en eso, en viajes. Vivir allí se me haría imposible. Dejarían de ser escapes de la rutina. Enciendo la música en el auto, debo regresar de a poco, semáforos y bocinas se me presentan y ahora sé que he regresado. Diferente, con más vida y más tiempo en la maleta, esa que va en el corazón. Entro y preparo un café.

sábado, 16 de enero de 2016

Entre el amor y el corazón

Amarte es, relativamente sencillo. La luz que sale de tus ojos es suficiente como para poder llegar a imaginarse el bosque de otoños claros detrás de tus castaños y vivos ojos.
Conforme las conversaciones se fueron haciendo parte de nuestra rutina, las risas y su eco como música principal, el corazón me lanzaba alertas, que no quise ver, sólo me limité a sentir. Grave error.

Cosas y quizás alguno que otro rito cambió. Es decir, me preparaba para verte, eso era nuevo. Mi apariencia no me importaba mucho pero contigo fue diferente, quería impresionarte y darte mi mejor versión.

Retoque en el espejo, perfume, ropa planchada, zapatos limpios. Uñas pulcras, reloj colocado estratégicamente. Estar al pendiente de tiempo para cruzar palabras, en vivo o por teléfono.

Hubo una ocasión, sentía que era el momento justo de decirte que, pues que las cosas habían cambiado. Tú te me adelantaste y me dijiste que debías decirme algo importante, que cambiaría tu vida. Creí que hablábamos de lo mismo y te dejé hablar. Conforme las palabras fueron saliendo de tu boca, de mi ser iba saliendo un hilo de metal que llevaba mis entrañas y mis sesos. Me decías que estabas emocionada por haberle conocido, que esperaste un tiempo y luego te atreviste a invitarle a salir, este aceptó y de allí no han podido separarse ni un momento.

Siento celos, pero no me permito demostrártelos, no puedo hacernos eso. Escucho cada día las historias que te suceden con ese ser, ese que pudo llegar a tu corazón antes que yo.

No le deseo el mal, al contrario, quiero que todo sea bueno para que tú nunca sepas lo que duele ver caer los pedazos de un amor que se creía era de ambas partes.

Cuando charlamos, imagino que él soy yo, imagino mis labios recorriendo tu piel, mis manos acariciando las tuyas. Despertando contigo a cada mañana.

Y así, paso los días, como una sombra amorfa pero paciente, quizás algún día y...