lunes, 1 de junio de 2015

Noche de luna

Cuando las hojas de los árboles dejaron de caer pude  salir de casa. Era una mañana fresca, recién lavada por el viento. Cogí mi abrigo y me enrollé en la bufanda. De vista frontal podía ver las montañas que me han acompañado desde la infancia. A lo lejos se dejaba ver una construcción semejante a una iglesia. Alta y blanca, dudo mucho que fuera una casa.

Ana se marchó hace poco, la ropa que dejó aún tiene su olor. Sigo preparando café para dos. Despierto y creo verle, hasta incluso la he escuchado en la biblioteca en donde las horas se le iban como agua cuando se empeñaba en hacer sus investigaciones. –No me parece justo que teniendo los recursos bibliográficos, no los mencione o los cite en las investigaciones. Tu carácter terco quizá fue lo que me enamoró, no lo sé.

Hablabas con voz que no necesitaba elevarse para hacerse escuchar. Movías las manos frente a ti y los demás de la mesa no quitaban sus ojos de tu boca, de tu ser. Hablabas de cine alcancé a escuchar, de cómo el papel de las mujeres sigue trayendo consigo la etiqueta de sumisa y de que si obtiene un papel fuerte el premio se lo dan al director por haberse arriesgado a tan aventurada decisión. Había luz en ti, aún siento el calor de tu cuerpo. Seguí yendo a ese café, era el punto de la rendez-vous con mis colegas, juntos teníamos el proyecto de revisión de cuentos infantiles. Cuando ambas nos pusimos de pie para ir a traer más café, las fuerzas del universo o lo que fuera que haya sucedió en eso momento, nos llevó a vernos. Las conversaciones triviales en la barra de los cafés no se hicieron esperar y como si ya esperase eso respondí a tu pregunta. –Sí, lo prefiero solo, negro, para poder sentir el verdadero sabor (mi intolerancia a la lactosa tampoco es un hecho de dominio público). –Con un poco de leche y canela y tendrás una mezcla casi perfecta me respondiste.

Nos saludábamos como viejas amigas cuando nos veíamos, cada una en su mesa y a sus actividades. Debo encontrar qué hacer con tus ropas. Eventualmente comenzamos a hablar, a llegar antes y compartir la mesa y así descubrimos que casi nos conocemos antes cuando ambas viajamos al interior.

Sabes, nunca te dije que muchas noches despertaba con miedo, salía al corredor y veía hacia el cielo, pasados unos minutos despertaba y volvía a la cama. –Vamos, déjame ver, en serio, quiero ver tu tatuaje, no, no me reiré. –Está bien pero no acá. Así empezó todo.

Noche de cine clásico en tu casa. Era una construcción peculiar, patio interno y las habitaciones alrededor del corredor. Una cocina impresionante. Un jardín en la parte trasera se llevó mi atención completamente, tenía una decoración única, una caída de agua que pasaba por las piedras y las plantas colgantes daban un aire de frescura.

Soul, R&B, Jazz, vino, quesos, embutidos. Cine, conversaciones, libros, miradas, acercamientos, noche estrellada, pantalón azul, cinturón, sueter color zapote, zapatos café y blusa azul.

Las llamadas no tardaron en llegar, el campo de entrenamiento había cambiado y las estrategias ahora eran otras. Te llamaba para quedar para el almuerzo, me llamabas y me contabas los líos en la oficina por uno u otro documento. Unas cajas bastaron para llevar mis cosas a tu casa. Ir a hacer la compra fue un reto, mi gusto por la comida no ha ido tan complicado, cereal-café-chocolate, las 3 c´s básicas en mi dieta. Viajes, vacaciones, reuniones con amigos, juntar a todos fue todo un reto.

Sentí calma, hace mucho tiempo que no a sentía. Podía respirar tranquila. Cuando me regalaste la bufanda creí que había muerto y que estaba en el cielo. Gracias. Los síntomas fueron silenciosos, eso ayudó a que la enfermedad se propagara con mayor facilidad. En algunas ocasiones te quejabas mientras dormías y entonces me acercaba a ti, te acurrucabas en mi hombro y dejabas que Morfeo hiciera bien su trabajo. El doctor dijo algo que aún hoy escucho con la misma voz pastosa de ese entonces: 2 meses o 1 año, es una enfermedad curiosa.

Sentí rabia, no contra ti, contra todo el mundo menos contra ti. Tú lo tomaste como quien escucha llover, salimos y fuimos a tomar un café. Creo aún que estabas en negación pero en el auto me viste a los ojos y me dijiste: no somos eternos en esta presentación, luego seremos estrellas, árboles, viento, aromas. Seremos todos los recuerdos que hoy y ayer construimos.

Quiero tu valentía, salgo al patio y quiero de nuevo escuchar tus palabras seguras, tan carentes de duda y que me sostenían en medio de este mundo.