Cuando las hojas de los árboles
dejaron de caer pude salir de casa. Era
una mañana fresca, recién lavada por el viento. Cogí mi abrigo y me enrollé en
la bufanda. De vista frontal podía ver las montañas que me han acompañado desde
la infancia. A lo lejos se dejaba ver una construcción semejante a una iglesia.
Alta y blanca, dudo mucho que fuera una casa.
Ana se marchó hace poco, la ropa
que dejó aún tiene su olor. Sigo preparando café para dos. Despierto y creo
verle, hasta incluso la he escuchado en la biblioteca en donde las horas se le
iban como agua cuando se empeñaba en hacer sus investigaciones. –No me parece
justo que teniendo los recursos bibliográficos, no los mencione o los cite en
las investigaciones. Tu carácter terco quizá fue lo que me enamoró, no lo sé.
Hablabas con voz que no
necesitaba elevarse para hacerse escuchar. Movías las manos frente a ti y los
demás de la mesa no quitaban sus ojos de tu boca, de tu ser. Hablabas de cine
alcancé a escuchar, de cómo el papel de las mujeres sigue trayendo consigo la
etiqueta de sumisa y de que si obtiene un papel fuerte el premio se lo dan al
director por haberse arriesgado a tan aventurada decisión. Había luz en ti, aún
siento el calor de tu cuerpo. Seguí yendo a ese café, era el punto de la rendez-vous con mis colegas, juntos
teníamos el proyecto de revisión de cuentos infantiles. Cuando ambas nos
pusimos de pie para ir a traer más café, las fuerzas del universo o lo que
fuera que haya sucedió en eso momento, nos llevó a vernos. Las conversaciones
triviales en la barra de los cafés no se hicieron esperar y como si ya esperase
eso respondí a tu pregunta. –Sí, lo prefiero solo, negro, para poder sentir el
verdadero sabor (mi intolerancia a la lactosa tampoco es un hecho de dominio
público). –Con un poco de leche y canela y tendrás una mezcla casi perfecta me
respondiste.
Nos saludábamos como viejas
amigas cuando nos veíamos, cada una en su mesa y a sus actividades. Debo encontrar qué hacer con tus ropas. Eventualmente
comenzamos a hablar, a llegar antes y compartir la mesa y así descubrimos que
casi nos conocemos antes cuando ambas viajamos al interior.
Sabes, nunca te dije que muchas
noches despertaba con miedo, salía al corredor y veía hacia el cielo, pasados
unos minutos despertaba y volvía a la cama. –Vamos, déjame ver, en serio,
quiero ver tu tatuaje, no, no me reiré. –Está bien pero no acá. Así empezó
todo.
Noche de cine clásico en tu casa.
Era una construcción peculiar, patio interno y las habitaciones alrededor del
corredor. Una cocina impresionante. Un jardín en la parte trasera se llevó mi
atención completamente, tenía una decoración única, una caída de agua que
pasaba por las piedras y las plantas colgantes daban un aire de frescura.
Soul, R&B, Jazz, vino,
quesos, embutidos. Cine, conversaciones, libros, miradas, acercamientos, noche
estrellada, pantalón azul, cinturón, sueter color zapote, zapatos café y blusa
azul.
Las llamadas no tardaron en
llegar, el campo de entrenamiento había cambiado y las estrategias ahora eran
otras. Te llamaba para quedar para el almuerzo, me llamabas y me contabas los
líos en la oficina por uno u otro documento. Unas cajas bastaron para llevar
mis cosas a tu casa. Ir a hacer la compra fue un reto, mi gusto por la comida
no ha ido tan complicado, cereal-café-chocolate, las 3 c´s básicas en mi dieta.
Viajes, vacaciones, reuniones con amigos, juntar a todos fue todo un reto.
Sentí calma, hace mucho tiempo
que no a sentía. Podía respirar tranquila. Cuando me regalaste la bufanda creí
que había muerto y que estaba en el cielo. Gracias.
Los síntomas fueron silenciosos, eso ayudó a que la enfermedad se propagara
con mayor facilidad. En algunas ocasiones te quejabas mientras dormías y
entonces me acercaba a ti, te acurrucabas en mi hombro y dejabas que Morfeo
hiciera bien su trabajo. El doctor dijo algo que aún hoy escucho con la misma
voz pastosa de ese entonces: 2 meses o 1 año, es una enfermedad curiosa.
Sentí rabia, no contra ti, contra
todo el mundo menos contra ti. Tú lo tomaste como quien escucha llover, salimos
y fuimos a tomar un café. Creo aún que estabas en negación pero en el auto me
viste a los ojos y me dijiste: no somos eternos en esta presentación, luego
seremos estrellas, árboles, viento, aromas. Seremos todos los recuerdos que hoy
y ayer construimos.
Quiero tu valentía, salgo al
patio y quiero de nuevo escuchar tus palabras seguras, tan carentes de duda y que
me sostenían en medio de este mundo.