Camila no pretende detenerse, ya
lo ha hecho antes y no soportó el martirio de sus voces interiores
recordándoles su misión, una de tantas al final de cuentas.
Se arregla el cabello frente a un
auto estacionado, se revisa el maquillaje y se acomoda el bolso cruzado sobre
su pecho. Revisa que en los bolsillos lleve su móvil y las monedas para el autobús.
“sólo hazlo, sólo hazlo” se repite en cada paso.
-Hola Camila, ¿lo de siempre?, le
pregunta José, el compañero de sus cafés matutinos. Le coloca el sobrecito de
azúcar morena como a ella siempre le gusta, no siempre lo bebe dulce pero le
gusta saber que tiene la opción justo al lado de la taza.
Al sacar su agenda voltea hacia
atrás, evalúa el escenario, ha mentalizado tantas veces los supuestos sucesos
que cree que ya todo ha ocurrido y que lo de hoy es un recuerdo más, pero hoy
es diferente, totalmente diferente.
Se sube el cuello de la chaqueta,
respira hondo y bebe el último sorbo del
café. Abre su bolso y saca su arma, dispara a su derecha, hombre caucásico de
45 años, impacto en la sien izquierda, muerto en el instante; disparo al
frente, mujer de 47 años, impacto en medio de los ojos, cae su cuerpo frente a
su acompañante.
El momento fue el mejor, los
demás comensales salían en ese instante, cuando la banda de la escuela pasaba
en la calle y los bombos se alinearon a las dos únicas descargas.
José no sabe lo que ha ocurrido,
se queda inamovible y ve con angustia y con desilusión a Camila, mientras ella
ya ha guardado el arma, la misma que dentro de 20 minutos estará en el fondo
del rio.
Noticia de última hora, ataque armado perpetuado en un café del centro;
ambos funcionarios públicos que tras una larga carrera en la política se les ha
vinculado con la desaparición de 34 menores de edad víctimas de trata de
personas. A este acto se le suman otros en donde el modo de operación es el
mismo. Quizá nos encontremos en estos momentos ante una ciudadana con aires de
justiciera.
…aún no se si deba agradecerle…