Entonces,
cuando pude visualizar el estado en el que estaba ya mis manos estaban
secas y la comisura de mi boca presentaba un sabor nuevo. Te ví
recostada a mi lado pero tu respiración era muy débil, sabía que sufrias
pero no hice nada para aliviar tu dolor. Huí como cobarde y tomé lo
primero que ví, un dolar y mis anteojos, me encaminé a la carretera pero
ni un auto se asomó por la serpiente de asfalto. Zapatos rotos y ánimo
igual. Caminé pensando en el momento en que te ví, entada en la barra
tomando un vodka pero te veías triste, desde ya te veías así. Me acerqué
y directamente te dije: tenés una sonrisa encantadora. Cuando sonó de
fondo Fever, mi cadera comenzó a moverse e invitó a la tuya a hacer
nuestra la pista de baile, se nos antojaron nuestros labios prendidos de
cada boca, mis manos recorrieron tu cintura divina, sentí tu cuerpo tan
cerca del mío y de la pista pasamos a la cama. La ropa desapareció en
cuestión de minutos pero me tomé mi tiempo, descubrir esa piel tuya hizo
que el tiempo se detuviera y saboreé cada una de las esquinas de tu
ser. Hubo un momento en donde dejé de verte con mis ojos y mis dedos
vieron lo que no dijiste con palabras. Desaparecimos en las sombras de
la noche y tus gemidos hicieron un canto angelical. Tocaron a la puerta
repetidas veces pero no quise interrumpir la melodía de nuestras
piernas, de nuestros brazos.
La puerta se abrió de golpe y los ojos
rojos denotaban ira, además, el palo en su mano derecha no dejaba lugar a
dudas. Intentamos razonar pero fúrico comenzó a gritar, a llorar, su
boca se iba de lado como intentando no aceptar lo que acababa de ver.
Semi desnudas salimos de la habitación y en tu rostro ví la angustia
crónica que traías, ésta no era la primera ocasión en que él te
encontraba así. Lo entendí cuando ví la cicatríz en tu espalda. Mientras
caminábamos hacia el auto, mis manos se sintieron más grandes, mas
filosas y pensando en nada, me giré bruscamente y con su propia arma le
propinó un golpe seco en su cráneo. Cayó al suelo y a lo lejos se
escuchaba una respiración débil. Me viste con ojos húmedos pero tomé tu
mano y nos subimos a su auto.
Nunca me enteré cuándo fué que recibiste
ese golpe pero en tus manos había sangre, tuya.