A eso de las seis de la tarde el viento
cambia, de un cálido otoñal a un frío muy de octubre. Las luces de los faroles
se encienden automáticamente alumbrando los árboles, las flores.
Enciendo el primer cigarrillo –de la tarde-
me gusta hacerlo lento, girando mi cabeza a la izquierda y sintiendo esa primer
bocanada. Es un alivio.
Al otro lado del parque veo una pareja, se
besan tranquilas, sin que nada más les importe. Las veo cada tarde, les puse
nombres porque detesto lo desconocido. Ana
sostiene la cabeza de Sofía, le
acaricia el cabello, sus dedos se pierden. Sofía
gira su cabeza, baja sus manos a las caderas de Ana. Es un beso largo, las personas pasan a su lado y no parece
importarles. A nadie.
Aumento el volumen a mis audífonos e imagino
sus conversaciones, las palabras que se han de decir al despertar, cuando se
despiden en la noche. La manera de llevar sus discusiones.
Paso mucho tiempo en ese tiempo que no es
mío, sintiéndome ser esas personas, emocionándome por los éxitos que creo les
suceden. Conociendo a gente nueva que no me atrevo a hablarles ni en un millón
de años, me quedo detrás de un vidrio que yo misma puse y sé que existe y no
pienso quitarlo, es mi protección.
Ana luego le besa el cuello, la frente, las
orejas. Sofía entiende el cambio en
el tipo de besos, la conoce muy bien, es un cuerpo que se deja llevar, siento
la humedad de sus cuerpos, a pesar el frío de octubre. Siento las
respiraciones, lo que aún sin palabras se dicen.
Una hoja rojiza cae sobre sus cabezas, la
ignoran como han ignorado a cada una de las miradas que los desconocidos les
dan.
Me quedo viéndolas de reojo, desearía poder
seguirlas y comprobar que lo que pienso de ellas es real, aunque quizás sí lo
sea, total, la realidad es lo que yo quiero que sea.
Todo ocurre en medio de un octubre nuevo y
viejo a la vez, sé bien que el frío se colará por mis huesos y me recordará
aquel otro invierno que viví, pero así mismo me hará suspirar por la sorpresa
que el mismo clima me da. Me mueve el cabello y enreda mi bufanda, me hace
guardar mis manos en el abrigo y sentir las llaves y el encendedor que siempre
llevo conmigo. Porque necesito ese amuleto que me recuerde que estoy parada en
medio del parque con mi vidrio protector.
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