jueves, 8 de septiembre de 2016

En el parque


A eso de las seis de la tarde el viento cambia, de un cálido otoñal a un frío muy de octubre. Las luces de los faroles se encienden automáticamente alumbrando los árboles, las flores.
Enciendo el primer cigarrillo –de la tarde- me gusta hacerlo lento, girando mi cabeza a la izquierda y sintiendo esa primer bocanada. Es un alivio.
Al otro lado del parque veo una pareja, se besan tranquilas, sin que nada más les importe. Las veo cada tarde, les puse nombres porque detesto lo desconocido. Ana sostiene la cabeza de Sofía, le acaricia el cabello, sus dedos se pierden. Sofía gira su cabeza, baja sus manos a las caderas de Ana. Es un beso largo, las personas pasan a su lado y no parece importarles. A nadie.
Aumento el volumen a mis audífonos e imagino sus conversaciones, las palabras que se han de decir al despertar, cuando se despiden en la noche. La manera de llevar sus discusiones.
Paso mucho tiempo en ese tiempo que no es mío, sintiéndome ser esas personas, emocionándome por los éxitos que creo les suceden. Conociendo a gente nueva que no me atrevo a hablarles ni en un millón de años, me quedo detrás de un vidrio que yo misma puse y sé que existe y no pienso quitarlo, es mi protección.
Ana luego le besa el cuello, la frente, las orejas. Sofía entiende el cambio en el tipo de besos, la conoce muy bien, es un cuerpo que se deja llevar, siento la humedad de sus cuerpos, a pesar el frío de octubre. Siento las respiraciones, lo que aún sin palabras se dicen.
Una hoja rojiza cae sobre sus cabezas, la ignoran como han ignorado a cada una de las miradas que los desconocidos les dan.
Me quedo viéndolas de reojo, desearía poder seguirlas y comprobar que lo que pienso de ellas es real, aunque quizás sí lo sea, total, la realidad es lo que yo quiero que sea.

Todo ocurre en medio de un octubre nuevo y viejo a la vez, sé bien que el frío se colará por mis huesos y me recordará aquel otro invierno que viví, pero así mismo me hará suspirar por la sorpresa que el mismo clima me da. Me mueve el cabello y enreda mi bufanda, me hace guardar mis manos en el abrigo y sentir las llaves y el encendedor que siempre llevo conmigo. Porque necesito ese amuleto que me recuerde que estoy parada en medio del parque con mi vidrio protector.

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